‘Huay Koot’ con abdomen de lavadero hasta secuestraba mujeres

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Un día llegó un hombre de edad al pueblo. Nadie lo conocía y nadie sabría a ciencia cierta su nombre; calzaba alpargatas y siempre vestía la camisa desabotonada, dejando ver una fuerza descomunal en su pecho y un estómago de lavadero. Dicen que llegó del rumbo de Tahdziú.

Estaba buscando comprar un terreno y, al hacerlo, contrató a varios albañiles que le hicieron una bonita casa de bajareques con cobertizo, sembrada a la vera de la carretera. Todos en el pueblo hablaban de este extraño personaje, que días después comenzó a moverse por sus calles pagando 200 pesos por viaje a cada tricitaxista que lo paseaba por el centro, con ínfulas de gran patriarca que contemplaba al mundo pueblerino detrás de un gran bastón que más parecía cayado (báculo) de antiguo profeta bíblico.

De la noche a la mañana, así como llegó, sin avisar a nadie, el hombre comenzó a vender en su fresca casa, ollas de barro, bultos de cemento y cal, tinacos y bateas, sacos de maíz, pailas de cobre y latón para freír chicharra, picos para los alarifes, machetes y coas para los milperos, pólvora para las bombas de los excavadores de pozos del pueblo, licor y cervezas para los enfiestados, alpargatas, ternos y rebozos de Santa María para los bailadores.

Era tanta la riqueza del viejo que el pueblo, imbuido de esas creencias prehispánicas y de esas explicaciones sobrenaturales para todo, comenzó a murmurar. Los rumores y las preguntas sobre su persona comenzaron a extenderse a otras poblaciones, y la gente, comenzó a llamarlo Huay Koot…

¿Cómo se supo la verdad?

Hace muchos ayeres, un habitante del pueblo de Tahdziú, Faustino Montejo Vera, con cierto temor, refirió la historia de nuestro Huay Koot.

Llevaba una misteriosa vida, vendía toda clase de mercancía de quién sabe de dónde sacaba y finalmente un campesino lo cazó que puso aquella tienda.

Su padre le contó que dos décadas antes, en su pueblo, cuando Tahdziú no tenía más que unos tristes focos públicos que mal alumbraban las viejas calles de terracería, después de la media noche se podía contemplar, al claror de la luna, a un ave enorme parada
encima del pequeño campanario de la iglesia del pueblo.

Decían que el Huay Koot esperaba el momento propicio para alzar el vuelo con sus amplias alas e irse a otros pueblos a robar sus mercancías y hasta secuestrar mujeres.

Los viejos recuerdan que se proveía o de Izamal o de Sotuta, y que venía huyendo de su mala fama de brujo. Nadie supo en realidad su nombre, sólo detrás de él se atrevían a nombrarlo con su apodo: Huay Koot.

Algo extraño es que a veces salía a pasear al pueblo y se daba el lujo de dejar su establecimiento, abierto y sin vigilancia alguna. Y es que nadie se atrevía a entrar a su casa y robarle ni un alfiler por el temor de morir desde las alturas, raptados por el Huay Koot.

Las descripciones recogidas de estos seres fantásticos refieren cómo van de pueblo en pueblo en busca de sus mercancías y en no pocas ocasiones han sido vistos por la gente que está en el monte, pues al mirar al cielo ven a estos seres volar a baja altura.

Pero el tiempo de aquel Huay Koot llegó un día a su final. Una mañana, la anciana que le daba de comer lo encontró muerto de un balazo en su sobaco izquierdo. La noticia corrió como pólvora entre los habitantes del pueblo, se mandaron avisos por radio, y al día siguiente, un joven que decía ser su hijo llegó para velarlo. Lo enterraron en el cementerio del lugar, y casi nadie acudió a despedirse del viejo.

Después de sepultarlo, la bella casa de bajareques y cobertizo fue vaciada de mercancías por el hijo, se malbarató su terreno y en el pueblo se dijo que el hijo en realidad era el aprendiz del Huay Koot.

Entre las voces de los campesinos comenzó a decirse cómo en realidad fue muerto el Huay Koot. Se cuenta que un milpero que fue a espiar al venado, caminando entre maizales, escuchó “un aire como tornado” y vio venir hacia él “un nublado”, una nubecita negra que dejaba tras de sí el leve rastro de una lluvia.

El campesino se preguntó:

“¿Qué será eso, si no hay otro nublado?… ¿qué será lo que está viniendo?” Muy pronto saldría de dudas. Detrás de esa nube, el campesino vio al ave gigantesca “del tamaño de una camioneta” volar bajo, casi rozando las matas. Y vio que traía entre sus alas “muebles, pailas, cajas, sogas” y otros cachivaches que hacían un gran ruido al moverse.

Con su carabina, el campesino apuntó directo al ave y soltó sus cartuchos. Las cosas que traía el pajarraco gigante cayeron entre el maizal, y el miedo que se apoderó del campesino, apenas le dio tiempo de llevarse a su casa una caja llena de frijoles, pero el ave
no cayó. Días después, fue así como el Huay Koot sería hallado muerto entre los cerros de sus mercancías.

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