Enigmas: El sepulturero bromista

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Por Jorge Moreno
Qué es lo primero que se nos viene a la mente cuando escuchamos la palabra cementerio o panteón? Creo que si hiciéramos una encuesta, en primer lugar estarían las personas a quienes les llegan momentos tristes, por la defunción de familiares, amigos o gente cercana; sin embargo, en segundo lugar, sin duda, estarían las historias de terror, tal y como una que les contaré a continuación:

El relato me lo platicó don Arturo Mendívil, quien contó que cuando era niño, su papá se desempeñó por varios años como velador del panteón Florido en Mérida, que en ese entonces, y según sus palabras, se veía nuevo y reluciente, y no triste y casi abandonado como ahora: “Una de las historias favoritas de mi papá era la del sepulturero fantasma, y la contaba con especial emoción porque dice que
cuando entró a trabajar ahí conoció al protagonista del caso, quien poco después falleció”, explicó.

“Me cuenta mi papá que el susodicho se llamó don Jacinto Urías y tuvo una vida muy peculiar incluso después de muerto, ya que ayudaba a los demás veladores a realizar sus labores y hasta bromeaba con ellos.

“Todo comienza a principios del siglo pasado, cuando lo contrataron para ser ayudante de enterrador; al poco tiempo, lo ascienden debido a su encomiable labor y a que siempre estaba dispuesto a sudar la camiseta por su trabajo, tenía una pasión muy especial y una empatía bárbara para con los familiares de los difuntos que acudían a enterrar los cadáveres; hasta parecía un familiar más.

Retiro y muerte

“Nunca se metía en problemas y era muy querido por los demás empleados, pero justo cuando cumplió 31 años en el panteón, tuvo que dejar de trabajar debido al mal de Parkinson que lo aquejaba, de hecho, desde dos años antes ya lo iban a pensionar, pero él se negaba porque quería seguir en el trabajo. “Desgraciadamente, a los seis meses de que dejó de trabajar, falleció; dicen que fue por la enfermedad, pero mi papá decía que se deprimió mucho al dejar de ir al panteón; a pesar de que sus compañeros iban a la casa a visitarlo con frecuencia, era evidente su tristeza y su mirada perdida. A mi papá le tocó ir a saludarlo en su casa en un par de ocasiones.

“Lo enterraron en su pueblo natal, no en el panteón Florido, pero en los siguientes meses, todos los empleados que habían sido sus compañeros juraban que lo veían y lo percibían en su ex sitio de trabajo, pues les movían las palas, las velas de las otras tumbas, sentían que les daban palmadas en su espalda (lo que acostumbraba a hacer don Jacinto en vida con ellos), hasta que después de unos meses esto cesó por completo, creo que por fin se dio cuenta que ya estaba muerto y descansó en paz”, explicó.

“Sus compañeros, estaban seguros de que se trataba del alma en pena de Jacinto y lejos de sentir miedo, les daba satisfacción el saber que aún muerto hasta les hacía bromas como las palmadas en la espalda que de pronto sentían o que de pronto les escondía por momentos sus herramientas de trabajo; era muy bromista”, finalizó.

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