Como si fuera ayer: Él, siempre él

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Rollo: Celia V. Franco C.
Hay momentos de nuestra infancia que se quedan grabados en la memoria y a los que recurrimos de vez en cuando, esos que nos hicieron sentir muy felices o seguros, aquellos que queremos repetir con nuestros hijos, lograr que ellos vivan esa misma sensación.

Yo recuerdo mucho cuando mi padre me cargaba en sus hombros, me hacía sentir que el mundo era mío y que nada ni nadie podría detenerme, luego la vida me enseñaría que las cosas no son tan fáciles, pero en ese momento, con el sujetándome, me sentía invencible.

Por cuestiones ajenas a mí, no crecí en la misma casa que él, pero siempre estuvo y está presente, me llevaba de excursiones a las zonas arqueológicas, me compartía su pasión por la historia y por la vida, me enseñó a caminar por un sendero y todo lo que se necesita para estar segura en una aventura lejos de la ciudad, me llevó a todos los museos y despertó mi curiosidad.

Me abrió la mente y puso a trabajar mi imaginación regalándome las mejores novelas clásicas, con mi cabeza en sus piernas, bajo algún frondoso árbol, conocí a Helena, Paris, Menelao, Jean-Valjean, al mercader de Venecia, Romeo y Julieta, a las mujercitas, a Jean-Baptiste Grenouille y por supuesto al maestro, mi favorito, el gran “Gabo”, Gabriel García Márquez. La lista es interminable, gracias a su gusto por la lectura yo conocí otros mundos, otras épocas.

Él me enseño que quien pregunta nunca se equivoca, que siempre hay que buscar todos los lados a una historia, que no está mal ser diferente, a que si no vas a dejar las cosas mejor que como las encontraste mejor ni las toques y que una vez que tienes hijos tu vida ya no es tuya.

Nadie es perfecto en esta vida, varias de mis decisiones adultas le han más que movido el piso, pero al final entiende que es mi vida y nunca me ha soltado la mano, está en las buenas, en las malas y en las peores.

Cuando el padre de mi hijo decidió no estar más en su vida; él se apretó el cinturón y le ha dado todo el amor que nadie jamás pueda imaginar, no fue el abuelo consentidor sino el padre amable, amoroso, disciplinario, inspirador, el ejemplo a seguir, se dedicó a formar un niño, adolescente y ahora joven, de bien, determinado, amable y cariñoso. Una vez se dejó para luego para darle todo a mi hijo, su hijo.

Por eso, en este cumpleaños no puedo más que celebrar su vida, agradecer por tanto y pedir que sea eterno, para su risa siempre inunde la casa, su café sea el aroma con el que me despierto cada mañana, que sus ocurrencias sean infinitas, que su pleito con los perros sea interminable y que sus manías sigan haciendo más divertidos los días.

No hay como agradecerte por tanto padre, las palabras no serían suficientes, por eso, simplemente: gracias, te amo.

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