Se cumplen 21 años del sangriento doble crimen del barrio de Santiago

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MÉRIDA.- La semana pasada se cumplieron 21 años de uno de los crímenes más sonados en Mérida: el doble asesinato del Barrio de Santiago.

El domingo 22 de agosto de 1999 un sangriento crimen sacudió a la sociedad meridana, al ser asesinadas brutalmente dos mujeres, madre e hija: Elda Zurita Azcorra de Ricalde y Cynthia Sue Ricalde Zurita, en su casa ubicada en la esquina de las calles 68 por 57 del barrio de Santiago.

Además, el novio de la segunda, Carlos Alejandro Valera Baeza, fue gravemente herido y dado por muerto por los criminales.

Para recordar el hecho, aquí compartimos un fragmento del reportaje especial realizado por el colaborador de este medio, Julio Amer:

El crimen, paso a paso

Ese día, los novios Cynthia y Alejandro habían ido al cine en Plaza Dorada, a bordo del auto Thunderbird de Varela Baeza, por lo que la señora Zurita se había quedado sola en su domicilio, pues también estaba ausente su esposo, William Ricalde (hermano, por cierto, de una agiotista asesinada el lunes 23 de febrero de 1976, Eneida Ricalde, en un predio de la esquina de la 65 por 72, conocida como “La Jardinera”, cerca de entonces fábrica de la “Sidra Pino”, a manos del carpintero José Candelario Mis Paredes, quien también mató a la hija y al esposo de ésta, el Dr. Arcadio Poveda Cárdenas, con un martillo y un formón).

Los hechos habrían ocurrido entre las 21:00 y 21:30 horas de ese día. Los criminales habían aprovechado que doña Elda estaba sola para visitarla. Ésta les abrió la puerta confiada –no había cerraduras forzadas ni vidrios fotos-, pues eran sus clientes, pero iban con la firme intención de asaltarla y matarla.

Amordazaron a la anciana con cinta adhesiva y la subieron a la planta alta, donde la torturaron, pero ella nunca reveló dónde escondía su dinero y alhajas.

Tras estrangular a la mujer, los asaltantes revisaron la casa y cuando eso hacían, llegó Cynthia Sue y su enamorado, a quienes los homicidas sorprendieron al entrar a la casa.

A la joven le deshicieron el cráneo a martillazos en el baño, ubicado a la derecha de la puerta principal de la entrada, sobre la calle 68, y al novio también lo golpearon con la intención de matarlo, y a pesar de sufrir unas 15 heridas punzocortantes en diversas partes del cuerpo, así como golpes de martillo en la cabeza, sobrevivió al salvaje ataque y fue quien dio la pista para atrapar a los malhechores, a quienes también a uno de ellos se le cayó un celular durante los forcejeos, mismo que sirvió para las pesquisas posteriores.

En el lugar de los hechos fue hallado un bulto que contenía alhajas, el cual habrían dejado los atracadores al momento de ser sorprendidos por la pareja de novios y por la premura de escapar del lugar.

Este truculento asesinato provocó mil y una especulaciones. La prensa manejó muchas versiones, y los vecinos de las víctimas también tenían las suyas.

Se dijo en un principio que los asesinos eran unos sujetos tipo “cholos”, porque vestían pantalones a media rodilla, camisetas anchas y gorras; que eran tres jóvenes de aspecto fuereño que, incluso, antes del crimen, se les vio comiendo en una de las fondas del mercado de Santiago.

En los periódicos de la época se publicó que el esposo de la difunta Elda Zurita, William Ricalde, llegó en el momento en que los asesinos salían corriendo de la casa por la puerta principal, dirigiéndose al parque de Santiago.

El Sr. Ricalde había estacionado su automóvil Escort en la cochera que da a la calle 55-A y al caminar por la 68 vio huir a los criminales, quienes al verlo lo habían llamado, diciéndole que entrara a la casa, pero como los vio sospechosos, le dio miedo y fue cuando aquellos escaparon corriendo.

Luego, al dirigirse a la casa, vio manchas de sangre de pisadas en el jardín y en los ladrillos de la entrada. Al cruzar la puerta se encontraría con la dantesca escena de ver primero a su yerno moribundo y luego a su hija muerta en el baño de visitas, dando aviso inmediatamente a la Policía, que al llegar descubrió el cuerpo de doña Elda en la planta alta.

A la septuagenaria, que estaba amarrada de pies y manos, le habían propinado una brutal golpiza, además de infligirle heridas punzocortantes en las mejillas y en las manos. Finalmente la habían estrangulado.

No faltaron las malas lenguas de algunos conocidos de la familia y vecinos que dijeron que don William era sospechoso del crimen, porque estaba separado de su esposa y había mucho dinero y propiedades de por medio.

Se comentó que en los últimos 15 años doña Elda había acumulado una gran fortuna producto de los altos intereses que cobraba como agiotista y más de 200 predios en esta ciudad, interior del Estado e incluso en el sureste del país, que había embargado a morosos.

Sin embargo, los investigadores enseguida desecharon esa tonta versión de la participación del marido en el doble crimen.

Lo acusados por el doble homicidio fueron el abuelo Moisés Méndez Mejenes, de profesión médico anestesiólogo; sus hijos Manuel y Fernando Méndez Angulo y los nietos Alejandro Méndez Hernández y Luis Fernando Méndez Acosta, así como otro cómplice, el tabasqueño José Manuel Jiménez Jiménez.

Los culpables huyeron del lugar, pero semanas después fueron detenidos por elementos de la entonces Policía Judicial del Estado en Campeche y Ciudad del Carmen.

De todos éstos, dos no fueron detenidos en esa ocasión, Manuel Méndez y su hijo Alejandro. Diez años después, en 2009, el primero sería capturado en Veracruz, cuando se desempeñaba como vigilante en un museo de ese puerto. Alejandro nunca fue atrapado y se cree que se fugó al extranjero.

Homicidas liberados

Por este caso, ya hay dos personas en libertad, de las cinco que fueron juzgadas en aquel tiempo.

El año pasado salieron de la cárcel dos de los implicados.

El primero en abandonar el penal meridano fue Moisés Méndez Mejenes, de 85 años, a quien en 10 de abril de 2019 se le concedió la libertad de manera anticipada por su avanzada edad.

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El sujeto fue sentenciado junto con sus hijos, nietos y otro cómplice por el horrible crimen.

A inicios de julio del mismo año, su hijo Fernando Méndez Angulo obtuvo su libertad al obtener un amparo ante el Tribunal Colegiado con sede en Cholula, Puebla, contra la sentencia, y los magistrados federales tomaron como base para la exoneración el arraigo a que fueron sometidos los inculpados.

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