Enigmas: ¿conoces el tristísimo origen de “La calle del niño perdido”?

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Enigmas: la escalofriante historia de don Adrián, su pequeño hijo Lauro y la malvada Elvira

Por Jorge Moreno
Muchas calles de Mérida y de varias otras ciudades del país, deben sus nombres a héroes nacionales y locales, sucesos extraordinarios e incluso hasta tragedias, hoy les presentamos el caso de “La calle del niño perdido”, que fue nombrada así debido a una situación espeluznante.

En el año de 1659, don Adrián de Villacaña era un poderoso y rico hombre, zarpó de Europa hacia la Nueva España junto con su pequeño hijo Lauro. Los dos cargaban en sus hombros el dolor de haber perdido a doña Leticia, la esposa de uno y madre del otro.

Por ese motivo fue que don Adrián creyó que su hijo podría sobrellevar de mejor manera la ausencia de su madre si se mudaban de continente. El trayecto desde Europa hasta América fue largo y pesado. Sin embargo, llegaron con bien, y de inmediato don Adrián compró una casa grande en el centro de la Nueva España, contrató servidumbre y adquirió ejemplares de animales exóticos.

Aun así, el pequeño Lauro seguía triste y se sentía más solo que nunca.

La boda

El tiempo pasó y en un año, el pequeño Lauro no había hecho amigos en su nuevo hogar, don Adrián comenzó a preocuparse cada vez más por la situación de su pequeño hijo. Al mismo tiempo, el señor Villacaña fue diagnosticado con una rara enfermedad que le tenía los días contados, la muerte no era lo que le preocupaba sino la idea de que su pequeño Lauro se quedara solo. Así que decidió tomar una medida de emergencia: debía casarse lo más pronto posible. De esa manera su hijo quedaría acompañado.

Por las calles comenzaron a correr los rumores que don Adrián andaba en busca de una mujer para casarse, no importaba la edad y la condición de social, siempre y cuando se comprometiera a cuidar a su hijo, pues él moriría pronto.

Doña Elvira era famosa por su particular amor al dinero y por eso a nadie le pareció que aceptara la oferta. Días después de la boda, Elvira llegó a la casa con los dos varones.

Sin embargo, después de conocerla, el niño tuvo un ataque de ira y le gritó a su padre que esa mujer no era buena, que quería que se fuera de la casa, pero don Adrián no lo escuchó.

Desaparición

Pasaron los meses y la situación en la casa de los Villacaña no mejoraba. Elvira y Lauro discutían todo el tiempo, se odiaban tanto que apenas podían verse. La estancia en esa casa era insoportable hasta que, por fin se llenó de silencio. El niño había desaparecido.

Ya entrada la noche las sirvientas le comentaron a don Adrián que no encontraban al pequeño por ningún lado. Sin importar la hora, Villacaña entró a su recámara y le dijo a su esposa que Lauro no estaba, que debía hacer algo.

Sin embargo, la mujer que se probaba constantemente vestidos muy costosos, apenas volteó a verlo y le respondió de manera déspota y grosera: “Y a mí qué me importa”.

Don Adrián quedó horrorizado ante la respuesta de aquella malvada mujer, a pesar de esto, decidió no perder el tiempo e inmediatamente organizó un grupo de búsqueda. Todos salieron con antorchas y gritaron desesperados y no aparecía.

Don Adrián sufrió semanas de angustia, aún no había señales del niño. Por el contrario, Elvira andaba como si nada hubiera pasado, incluso hacía sus compras habituales y se paseaba por las calles con una sonrisa perversa que le distorsionaba el rostro. Al verla, don Adrián se dio cuenta de su error al elegirla como esposa y por no haber escuchado al niño.

Era tarde, no se sabe si fue el dolor de la pérdida o qué sucedió, pero don Adrián comenzó a enfermar más rápido. Apenas comía hasta que, de pronto, sucedió lo que todos esperaban, murió sin haber encontrado su hijo.

La locura

A partir de entonces, doña Elvira quedó como heredera de las riquezas de su difunto esposo. Trató de aprovechar al máximo su dinero, no obstante, la gente no la veía con buenos ojos, nadie la quería y muchos la culpaban por las tragedias que habían destruido la familia Villacaña.

Nadie iba a las fiestas que organizaba, y no tenía amigos ni familiares que la visitaran.

Esto provocó que poco a poco se volviera loca. Pese a paga generosa, pocos sirvientes se involucraban con la señora de Villacaña, sólo los más pobres, por pura necesidad aguantaban el semblante sobrio de aquella mujer y su pésimo carácter. Elvira se había vuelto más fría e insoportable.

Así trascurrieron varios años, la edad le cayó encima a Elvira y poco quedaba de aquella resplandeciente y hermosa mujer. Cada vez se aislaba más hasta que un día, una de las sirvientas entró a dejarle el desayuno a la señora, pero ésta la tomó de las manos y comenzó a gritarle que la dejara en paz, que ella no había matado al niño. Segundos después, en un terrible ataque de locura se aventó de la ventana del segundo piso.

Horroroso hallazgo

Al mismo tiempo, sin que nadie pudiera explicar cómo, cayó una llave al piso. La sirvienta tardó en reponerse unos minutos, y después tomó aquel objeto de cobre en sus manos y lo apretó. Segundos más tarde llegaron dos de sus compañeros de trabajo y le preguntaron qué había pasado.

La sirvienta estaba muda, sólo puedo extender la mano y darles la llave. Los dos hombres intentaron abrir muebles y puertas secretas dentro de la casa, pero ninguna funcionaba, hasta que de pronto, una puerta que había permanecido cerrada se abrió sola, sin que nadie pudiera explicar cómo había sucedido.

Inmediatamente, una peste invadió el ambiente. Los criados tenían mucho miedo, pero aun así se acercaron; en la habitación sólo había un librero que resultó ser una puerta falsa. Cuando lograron abrirlo, encontraron un baúl del cual ahí provenía el fétido olor, al armarse de valor abrieron con la llave el candado.

El objeto se abrió y los sirvientes lanzaron tremendo grito de terror pues ahí se encontraba el cuerpo del pequeño Lauro; maniatado y con la boca amarrada con uno de los pañuelos de doña Elvira. A partir de entonces, nadie quiso volver a ese lugar y a la calle desde entonces la conocen como “La calle del niño perdido”.

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