Enigmas: La “niña vampiro” de Mérida

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Todo empezó una noche en que una aterrada mujer del rumbo de Mulchechén, al oriente de la ciudad de Mérida, había acudido a la comisaría a manifestar que momentos antes se le había aparecido un fantasma en un camino solitario.

Al inquirírsele qué clase de ente espectral la había asustado tanto, la aterrada señora sólo alcanzó a balbucear que se trataba de… ¡una niña vampiro!

Ya un poco más repuesta del susto, narró que caminaba por una vereda obscura y solitaria, como a las 9 de la noche, cuando de pronto, de la nada, le salió al paso el espectro de una niña, toda vestida de blanco, con el cabello revuelto, una mirada desorbitada y enseñando unos grandes colmillos.

Tratando de armarse de valor, la mujer le preguntó a la inesperada aparición que si estaba extraviada, pero la infante no contestó, sólo hizo unos ruidos guturales, y al intentar tocarla, ésta trató de morderla, por lo que despavorida, corrió sin virar a ver hacia atrás y sin detenerse, hasta la comisaría.

Era el año de 1974 y este fue el primer reporte de la llamada “niña vampiro”. Días posteriores empezaron a surgir nuevos “avistamientos” de ese ser de ultratumba. Todos los testimonios coincidían: la espectral figura era la de una niña de unos 12 ó 13 años, vestía un batón blanco, tenía mirada de enajenada, dientes extremadamente largos y sangrantes, y no pronunciaba palabra alguna, y cuando algún valiente osaba acercársele, intentaba morderlo y arañarlo.

Se le vio por varios rumbos de la ciudad. Hubo reportes de Tanlum (que por entonces era una hacienda), por las colonias Castilla Cámara, Melitón Salazar y Mercedes Barrera…

La fiebre de testimonios fue creciendo, como también fue creciendo la imaginación de los testigos. Tan es así que un chofer del camión de pasaje de la ruta 64 Castilla Cámara, de nombre Andrés, se atrevió a manifestar a un reportero de un periódico local que al hacer su último viaje nocturno, a la media noche, vio a una niña con la descripción antes mencionada, parada a media calle.

El camionero hizo sonar el claxon, pero el espectro no se apartó del camino, por lo que muerto de miedo el camionero no detuvo su marcha y, según señaló, le pasó encima al fantasmagórico ser. Por el espejo retrovisor vio que la figura se había desvanecido, por lo que al llegar a la base de los autobuses de la Alianza de Camioneros, revisó abajo de la unidad, pensando que podría haberse trabado el cuerpo entre los hierros, pero nada. No había nada…

Por los rumbos en donde se había visto a este espanto, la gente ya no quería salir de sus casas y empezaron a abundar cuentos sobre que esta infernal niña ya había “chupado” a varias personas, por lo que en algunos domicilios se pusieron en las puertas crucifijos de madera y colgajos con ajos (que, según la leyenda, espantan a los vampiros).

Luego hubo avistamientos hasta en Progreso, donde incluso otro camionero afirmó que la niña vampiro le había pedido parada, pero asustado, siguió de largo. Después, los porteños empezaron a comentar que el espectro fue visto por las noches en calles cercanas al malecón.

El terror aumentó por esos días en el vecino puerto cuando unos niños hallaron una mano semienterrada en la arena, atrás de una casa ubicada a unas dos cuadras del parque Cházaro Pérez. Luego que circularan mil versiones sobre esa extremidad humana, se supo que un estudiante de Medicina, en son de broma, la había dejado ahí.

Pero esta historia terminó en forma un tanto cómica. Resulta que tras una semana de terror, la supuesta niña vampiro, luego de ser hallada por los rumbos de la ciénega de Progreso (no se sabe cómo llegó hasta ahí), no era más que una adolescente perturbada de sus facultades mentales que se había extraviado de su casa de Mulchechén.

Vestía una bata de dormir, la cual ya se encontraba sucia y desgarrada; llevaba el pelo revuelto y espantado, lo desorbitado de sus ojos se debía a que estaba asustada, y sus grandes dientes, a que padecía de gingivitis, enfermedad propia de los enfermos mentales al no llevar a una buena higiene bucal. Había estado escondiéndose en montes y terrenos baldíos durante el día, mientras que por las noches salía a buscar qué comer.

La chamaquita fue recuperada entonces por sus familiares, quienes dentro de su ignorancia, no habían reportado el extravío de la joven. Esta historia terminó bien y todo lo aterrador que llevaba el caso en un principio, se disipó poco a poco.

Este reporte nos lo mandó nuestro amigo Mario Alfonso Martín Cardeña de la ciudad de Mérida, asiduo lector de esta sección a quien le mandamos un cordial saludo.

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