Enigmas: el callejón del ‘diablo’

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Rollo/Jorge Moreno
Hoy les presentamos una leyenda que nos mandó don Argel Zamudio, oriundo de la ciudad de Campeche, pero que radica en Mérida desde hace más de veinte años. Dice que es asiduo lector de la sección “Enigmas” y que por ese motivo le gustaría compartir una de las leyendas de la “Ciudad de las Murallas”.

Hace muchos años existía, en lo que hoy es el centro de Campeche, una angosta calle conocida como el “Callejón de Diablo”, el cual empezaba en el despoblado de “San Martín» y salía en la “Zanja”, un pasadizo oscuro y en cuyo alrededor había árboles frondosos; atravesaba un lugar solitario, donde había una casa lujosa en la que vivía un hombre con malformaciones. Este hombre, aprovechándose que la gente tenía miedo de pasar por allí de noche, asustaba a los que se atrevían a cruzar haciéndose pasar por el diablo encendiendo cartuchos de azufre. Por ese motivo, las personas evitaban ir por ese camino, y quien lo hacía era de manera apresurada. De noche sólo los valientes se atrevían a cruzar esta calle, pues cuando caía el ocaso, una profunda oscuridad cubría aquel lugar.

Una noche, uno de aquellos hombres temerarios regresaba a su casa luego de una reunión nocturna con sus amigos. Se metió al mentado callejón y cuando estaba a medio camino vio a alguien recargado en un árbol, por lo que se asustó, pero se aguantó y empuño las manos por si las dudas, cuando estaba a unos metros del ente, éste soltó a una risa diabólica, se iluminó la escena y vio al ser horrendo que tenía enfrente. El tipo sintió que se hundía la tierra, pero por su instinto de conservación corrió, evadiendo una desgracia.

La noticia de que en ese callejón se aparecía el demonio, cundió el temor en la población a consecuencia de la situación del trasnochador; si normalmente casi nadie caminaba por allí, al decir que Lucifer se estableció en ese lugar, ya nadie usaba ese camino de noche.

Siempre que había calamidades públicas que se asociaban con el maligno se aconsejó que para que el demonio no comenzara a incursionar sobre la comunidad y con malditos fines, se dispuso que bajo del árbol del diablo se pusiera una ofrenda de preferencias monedas de oro y joyas. Así lo hicieron. Los supersticiosos que dejaban en las mañanas sus regalos a Satán, se dieron cuenta que al día siguiente no estaba, que el diablo estaba contento con los obsequios que el pueblo le brindaba.

Este misterio fue oído por dos pescadores que ya habían visto poseídos a marinos en sus viajes; ambos estaban curados de espanto y nada les asustaba. Les pareció que alguien tenía malas costumbres y se estaba aprovechando de los ciudadanos, entonces acordaron que como hijos de Dios no podían permitir esta «sinvergüenzada», así el ratero fuera el mismo diablo.

A medianoche se vio que dos figuras entraron al callejón, como era costumbre el presunto diablo esperaba tranquilamente en su árbol para infundir miedo al desprevenido caminante que se arriesgase entrar en aquel lugar dominio del infierno.

Ya estaba el ente de las tinieblas preparado para encender su cartucho de azufre, para mostrarse con una antorcha, cuando vio salir una figura peluda con cuernos y cola larga, un auténtico Satanás detrás suyo; el falso kisín ni siquiera se reponía del asombro cuando sintió que sus nalgas y el cuerpo le quemaba. Uno de los pescadores se había disfrazado y le había pegado una leña al rojo vivo. Preso de terror grito; “Jesús, el demonio quiere llevarme”, gritó y corriendo emprendió la huida.

A la noche siguiente, los pescadores montaron guardia hasta el amanecer, el supuesto Satán no apareció, luego se corrió la noticia que un prominente señorón del lugar se debatía ente la vida y la muerte, debido a unas llagas que se manifestaron en toda se espalda y más en los glúteos hecha por quemaduras profundas.

Cuando el hombre sanó, según cuentan, se arrepintió y donó a una institución para pobres, unas joyas, que a muchos les parecía muy familiares, algunos creyeron reconocer algunos objetos que se le dieron al demonio junto al árbol.

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