Enigmas: El “Nahual” de la Nueva España (II y última parte)

InicioEspecialesEnigmas: El “Nahual” de la Nueva España (II y última parte)

Por Jorge Moreno
En la entrega anterior contamos que a fines del Siglo XVI, un brujo aterrorizaba los asentamientos de indígenas que se hallaban fuera de la traza de la entonces capital de Nueva España; se trataba de un monstruoso mitad hombre y mitad animal, y nadie les creía hasta que entró en casa de un español llamado don Alvar de Ordóñez, quien le propuso al capitán Zendejas un plan para dar caza al terrible nahual, pues no tardaría mucho en darle muerte a al afligido señor.

Esa misma tarde, ambos decidieron ir con fray Baltasar Quintero para que les diera las armas que acabarían con la bestia; cuando el capitán llegó a ver al dominico, le entregó unas balas de plata benditas para su arcabuz, flechas para ballestas y de preferencia debían darle muerte disparándole en la mitad del pecho.

Esa misma noche, con el alma en un hilo, el capitán se apostó cerca de la cama de don Alvar, los otros soldados estaban distribuidos en ventanas y azoteas vigilando la posible llegada del feroz “nahual”, la noche estaba tensa en los monasterios y conventos porque la hora del maitines estaba cerca; de pronto se recortó sobre el cielo de la entonces capital de Nueva España, aquella figura horrible espantosa, acto seguido el capitán da la voz de alarma y dispara el arcabuz, otro soldado disparó con la ballesta consagrada, y a pesar de la oscuridad de la noche, los españoles se dieron cuenta de que aquel ser monstruoso había sido herido, entonces aquel maligno ser rodó o se dejó caer siguiendo la inclinación del tejado, lanzando gruñidos pavorosos.

Todos lo vieron rodar y caer hacia el patio de la casona del viudo, sin embargo, nadie escuchó el ruido de caída alguna, los soldados corrieron lo más pronto que pudieron hacia el patio, pero la bestia había desaparecido, entonces en ese momento uno de los hombres descubrió un charco de sangre y un hilillo que iba hacia la puerta, continuando sobre el empedrado de la calle.

Como había dicho el capitán, aquel ser espantoso y endemoniado corría a gran velocidad y parecía volar, y sin dejar de observar el rastro de sangre continuaron al galope y casi al amanecer estaban cerca de las cuevas de San Agustín (hoy Tlalpan), entonces uno de los soldados observó que la sangre llegaba hasta una cueva cercana, y dando ejemplo de su valor y su coraje, el capital se colocó las reliquias sagradas junto con sus soldados y lo dirigió hacia la cueva; a llegar a la entrada fueron recibidos por gruñidos espantosos de bestia salvaje, de demonio, y a la luz de una tea que habían llevado por precaución, vieron por primera vez frente a frente al monstruoso y horrible ser, acto seguido el capitán ordenó dispararle.

Eso fue suficiente, no pudieron errar de tan cerca y la bestia entró de inmediato en agonía, tenía dentro de su cuerpo balas de plata consagrada y flechas impregnadas de agua bendita y tierra Santa, mas lo terrible e increíble del caso fue que a medida que el bestial ser agonizaba, ocurría una transformación extraordinaria, y poco a poco el nahual iba perdiendo su horrible aspecto, para convertirse en uno de tantos indígenas que vagaban por las calles vendiendo patos cocidos y carbón de encino, verduras y juncos para adornos.

Los soldados decidieron inspeccionar los alrededores, ya que sospechaban ese lugar podía ser morada de otros nahuales, subieron de prisa y pronto llegaron a la entrada de dos de esas cuevas, en cuyas cercanías se percibía un nauseabundo olor, el interior de la cueva les causó repugnancia y horror, pues había un altar maligno; se dieron cuenta que allí celebraban los “nahuales” sus ritos demoniacos, para después transformarse en esos horribles animales que causaban el pavor en la Colonia, también encontraron los huesos de los niños que habían desaparecido.

Con motivo de la denuncia del capitán Zendejas, el virrey ordenó la detención de todos los indígenas que se dedicaban a ese culto diabólico, no se sabe si éste logró abolirse pero aún a principios del siglo pasado, todavía se aparecían nahuales que robaban manteca, alimentos y ropa de los humildes moradores.

Esta leyenda nos la mandó vía facebook nuestro amigo y asiduo lector de esta sección Mario Alfonso Martín Cardeña.

- Publicidad -

LO MÁS LEÍDO