Enigmas: La despedida de los fieles difuntos

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Por Jorge Moreno
Los antiguos decían que el último día del mes de noviembre es el día que los difuntos se van, el día que muchas cosas extrañas pueden pasar tras la retirada del altar y el tradicional pib, que se vuelve a comer luego de casi un mes.

A continuación les presentamos un relato que mucha gente asegura que es verídico, a pesar de que no se sabe exactamente en qué municipio de Yucatán ocurrió:

Hace mucho tiempo, un día de “Todos los difuntos”, cuando vienen las ánimas a visitarnos al pueblo en todas las casas, un señor le dijo a su esposa:

-Yo no creo que vengan las ánimas de los difuntos. No lo creo, no vienen, son mentiras, yo no tengo tiempo, yo voy a trabajar-.
Su esposa le respondió:

-Yo voy a esperar a mi papá con una jícara de enchiladas, él siempre comía dulce de calabaza. Eso le voy a poner en el altar-. Y así lo hizo.

El encuentro

Amaneció y el señor escéptico se fue a trabajar, estaba trabajando duro y de pronto se escuchó ruido de gente que platicaba en el camino. Pasaban muchos, iban contentos, unos cantando, otros bailando, pero todos con el rostro de felicidad.

Vio que pasaban muchos, llevaban canastas en la cabeza y cargaban pibes en el hombro, todos llevaban regalos, las ofrendas que habían recibido. Unos llevaban racimos de plátanos, mandarinas, chinas, jícamas y toronjas. Las señoras iban cargando en la cabeza canastas con tamales; llevaban tamales chicos y grandes, llevaban atole, lo cargaban en cántaros, lo llevaban en jarros; otros llevaban mazorcas y dulces de cocoyol, dulce de camote; todos iban muy contentos.

Entonces el señor pensó: “Ya veo que esas personas no son gente de verdad, porque no las conozco; van otros señores que hace años no he visto”.

-Pobre de mi papá-, dijo y pensó que venía su papá. En ese momento lo vio venir, llevaba al hombro una jícara con dulce de calabaza. Su mamá llevaba en la cabeza una jícara de enchiladas, tapaditas, que su esposa había puesto también para sus papás en el altar así como debe ser; eso llevaban sus papás, el señor se entristeció pues sus padres no llevaban muchas ofrendas como los demás.

-Ahora ya lo creo, todos los difuntos, todas las ánimas vienen-, dijo y entonces los llamó:

-Papá, papá, mamá, mamá, quiero hablar con ustedes, yo no creía. Discúlpenme yo no sabía que ustedes venían a visitarme; ahora veo que de veras es cierto. Hagan el favor de esperarme un poco, voy a hacer también una ofrenda grande, ahora ya sé que de veras vienen.

-Pero nosotros no podemos —contestó el papá— yo ya me voy, nosotros ya nos vamos, pero si quieres verme y dejarme la ofrenda, hazla, te espero en el portal de la iglesia, allá te espero mañana, antes de que empiece la misa.

Entonces eso fue lo que hizo el señor, regresó a su casa. Mató puerco y pollos, e hizo tamales grandes. Puso el altar; estuvo preparando ofrenda toda la noche para que cuando amaneciera la gente fuera a hacer el rosario, a rezarle a las ánimas de sus papás.

Triste final

En el momento que terminó sus quehaceres, sintió que le dio cansancio y le dijo a su esposa:

-Voy a descansar, así tan pronto cuando estén ya cocidos los tamales pruébalos y avísame. Cuando termines despiértame, vamos a llamar al rezandero y vamos a rezarles. Voy a ir a dejar la ofrenda allá donde me va a esperar mi papá.

Y el hombre se fue a descansar a su cama; descansó y como a la hora le fueron a hablar, pero el hombre ya no estaba con vida. Estaba muerto. Murió en su cama. Cuando la señora vio finado a su esposo, avisó a los vecinos, a los familiares.

Los tamales y la ofrenda que se hicieron para su papá se lo comió la gente que fue al velorio acompañar a la familia y los que ayudaron a enterrar al difunto. Es decir al día siguiente sí vio a sus papás tal y como le habían dicho, pero como alma en pena y ya no en el mundo de los vivos.

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