Como si fuera ayer: estos calores superan a aquellos

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Rollo: Celia V. Franco C.
Recuerdo que en mi infancia la llegada de mayo significa cuatro cosas: el inicio de las lluvias y con ellas el calor, que era más bien bochorno; la temporada de mangos y mi cumpleaños. Era para mí, el mejor mes del año, pues disfrutaría de bañarme en la lluvia, de comer mi fruta preferida y tendría muchos regalos. Me encantaría poder retroceder el tiempo.

Sí, volver a esas tardes en donde llovía y llovía, era tanta el agua que caía que muchas calles se convertían en albercas públicas, los chamacos nos refrescábamos de la manera más natural posible, tener piscina en esa época era un lujo y la verdad tampoco es que fuera una necesidad.

Después de un buen baño en la lluvia, que daba como resultado ahorro de agua potable y un cabello sedoso, nada como un rico licuado de mango (de esos ya maduros) con leche para esperar que llegara la cena.

Recuerdo que el 3 de mayo dos cosas no podían faltar: las cruces verdes en donde habían construcciones y la lluvia; lo mismo pasaba con mi cumpleaños, cada 17 caía tremendo aguacero. Todos me decían que era muy chechona.

El día que cumplí 15 años, no pude celebrar en el local que mi madre había rentado porque se inundó, así que la casa de mi abuela se convirtió en el espacio perfecto para la celebración; llegar a misa fue una odisea y ya ni les cuento cómo acabó el vestido.

Tal vez esté equivocada pero en mi memoria no encuentro haber sufrido tanto por temperaturas tan altas, sí había calor pero nada que el famoso manguerazo vespertino no calmara, un helado de Polito o poner el ventilador en el tres no aplacara.

En cambio, ahora las temperaturas no se soportan, es una sensación de quemarse, de sofocación, quienes tenemos que caminar por las calles del Centro Histórico de Mérida o andar en carro como parte de nuestro trabajo vivimos con un agotamiento que es generado por el intenso calor.

Y todavía hay quien se atreve a decir que el calentamiento global no existe, que es únicamente un cuento inventado para controlar a las masas. Es entonces cuando me pregunto: ¿será que no se den cuenta del cambio?

Antes en la gran mayoría de las casas había árboles frutales, eran raras las familias que  tenían dos carros, en los puestos callejeros o en los mercados se servía la comida en platos de plástico pero no eran desechables, por decir sólo algunas cosas.

Ahora las familias de clase media que logran hacerse de una casa propia es muy probable que lo hagan por medio del Infonavit, lo que quiere decir que será con un espacio muy limitado, lo que les impedirá sembrar árboles; ahora es normal que los hijos mayores de edad tengan sus carros, es decir, que si una familias es de cuatro integrantes haya por lo menos tres carros.

Y ni hablar de los platos desechables, papel aluminio, popotes, envases y demás utensilios desechables para nosotros que acaban en los mares, lagos, ríos o los bosques.

La tala desmesurada de árboles no sólo para la construcción de viviendas, sino de plazas comerciales cada vez más grandes y lujosas, entre otras muchas acciones que se toman sin pensar en las consecuencias ambientales.

Está bien que ahora todos quieran sembrar un árbol, hagámoslo, pero también seamos más consientes a la hora de comprar y de comer; saquemos los sabucanes y moldes a la hora de hacer el súper.

Pero aún más importante: eduquemos a las próximas generaciones para ser empáticas con el medio ambiente y con su entorno. Si nos educamos podremos exigir lo que necesitamos.

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