Las jaladas malandras: la tumba olvidada del espectral sujeto

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Rollo: Espectrín Gómez
En el Día de las Madres, al menos el mentado ESPECTRÍN les hará una confesión. Aprovéchenla porque casi nunca van a leer algo por el estilo.

Después de años de no acudir al Panteón Florido, el domingo anterior (no ayer, que conste) decidí dar un paso al umbral de la muerte, por supuesto, bien acompañado. Digo, para no jalar solo en caso de que la Parca decidiera meterme al aro.

Allá está la tumba compartida de mis dos madres-abuelas, de los seres humanos que más ha querido en su piruja vida el que escribe estas líneas. Se trata de Jacinta María Cantón Traconis (de parte de madre), fallecida en 1997, y de María Teresa Llanes Pacheco (de mi padrecito), felpada en 1983. Ambas dos (como dijera Cantinflas), al final, Marías.

Por años, en lo particular, me olvidé de esa tumba. Y, quién sabe qué onda, pero a raíz de mi reciente y “carítzimo” viaje a la tierra de los hermanos Castro, o sea, Cuba, donde visité magníficos y deslumbrantes cementerios como el Colón y el chino, me sentí peor que un gusano. Mucho glamour por allá y, en Yucatán, dejando en el olvido a mis seres queridos.

Pues, “a la chingada”, me dije. Y contraté a un caballero del panteón llamado Pastor Hoil Canul que por una módica cantidad laboró la tumba que estaba bastante descuidada para dejarla, como vulgarmente se dice, un “culito”. Del olvido al relumbrón.

El jueves, un día antes del Día de las “mayes”, acudí al Panteón Florido, constaté la calidad de la melcocha y hasta me dio ligero tiempo para echar un desayunito que un ángel provincial me ofreció. Pa’ luego es tarde.

Debo decirles, lectores y lectoras, que con el resultado del trabajo de don Pastor me sentí menos piojo (no como zopilote Herrera, quien no pone a jugar por sus tanates al yuca Henry Martín) por los años de abandono a mis entrañables querencias. Claro, no es justificante, para nada, pero bueno. Chance mi conciencia me permita dormir más tranquilo un tiempo más.

En este Día de la Madre, las doñas Jacinta y María (Chinta y Tere, respectivamente, con gran cariño), pueden descansar más en paz con una tumbita de poca mother. ¿Me merezco sus bendiciones?

¡Amén!

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