Couopina: memoria de la patada

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Rollo: F. Salvador Couoh Jiménez
De repente cajas de cartón, carpetas ajadas, maltratadas por el mal padre Cronos. Tiempo de encuentros idos apurados por tareas de toda índole; justificaciones en aras de otros disfrutes y placeres, hoy también marchitos. Ahora la unisex innombrable da licencia efímera para husmear rincones de no me acordaba.

Hay reencuentro redivivo con añeja pasión, el futbol. Deporte colectivo, crisol, forjador de amistades, cultivador de oportunidades viajeras y pasiones estudiantiles con apertura de túneles con fondos laborales múltiples. En cajón de cartón que un día cobijaron los Canadá, y hoy albergan fotografías pretéritas.Está abierta la caverna portátil; alborozos y pasiones se dejan correr “cachetonamente”. Fotos amarillentas exigen caricias; en desafío al Germano, verdugo de la memoria, viene la consabida pregunta: ¿Y quién es el portero? Mejor seguir con la siguiente imagen descolorida.

Un primer giro de la portada del dosier comprueba la caída libre, la Ley de la gravedad, explicada en aquella indomable asignatura de Física en la Prepa uno; experimentada en presente con una tarjeta minúscula anotado en su revés, el nombre con letras mayúsculas de hombre gigante, humano al ciento por ciento, profesor Alfonso Sánchez Tello. Aquel vozarrón de caballero forjado en el deporte, ejerciendo educación física en las escuelas primaria Andrés Quintana Roo y David Vivas Romero. Don Alfonso, enamorado del futbol, inculcó pasión hacia ese deporte en los imberbes niños de aquel entonces.

En la década de los sesentas del siglo XX, el parque de Santana con amplios jardines de verde zacate, por obra y magia del profesor Alfonso, se convertía en la mejor cancha del deporte de las patadas. Correr detrás de aquel balón de cuero de vaca ¡sin zapatos! La mirada cómplice del profesor Alfonso Sánchez Tello, motivo invaluable para dar el ciento por ciento. Estudiar con entusiasmo era la consigna y premio mayor; a las 12 horas, el estímulo esperado, ansiado; las enseñanzas puntuales de futbol. Incubada la emoción futbolera, cuajó hasta obtener patente de pasión. Los años, resulta, van y vienen; vienen y van. El futbol permeó cuerpo, alma y espíritu. De ahí, al Estadio Salvador Alvarado, catedral del deporte yucateco.

Encuentros futboleros con aquellos copropietarios del inmueble, sito en la siempre noble colonia Yucatán, encabezados por Salim y su hermano; los hermanos Bojórquez; los niños Ruelas; los hermanos Cobá, los imberbes Espadas, los casi mellizos Artemio y su singular hermano; William Cámara, Mario González. De las colonias aledañas: los hermanos Bastarrachea, Nemesio Pinto; Pedro y Luis Briceño; los hermanos Ortiz de la Cruz, los hermanos Uribe, los hermanos Blanquet, los hermanos Boeta; los hermanos Montero, los hermanos Santos; los hermanos Couoh y Jorge Gil.

Muchos otros nombres quedan en el teclado del añejo ordenador. Merecen citarse, invocarse, será en otra ocasión que nos brinde espacio el periódico De Peso. En aras de decir verdad, en alguna otra entrega. Hay que pedir tregua al germano. Si no la otorga, seguirá vigente: si, la memoria de la patada.

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