Como si fuera ayer: ¿Chácara o Xbox?

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Celia V. Franco C.
Chácara, stop, pesca pesca y palillos chinos eran solo algunos de los juegos con los que nos entreteníamos días enteros, sobre todo durante las vacaciones. Lo importante era divertirse y como siempre éramos muchos los chamacos, ya sea porque nos reuníamos los primos o porque salían los vecinos, aquellas tardes eran interminables.

En mi familia éramos muchos los primos, por lo general nos juntábamos después de la escuela en casa de los abuelos a comer y esperar a que nuestros padres salieran de trabajar para pasar por nosotros.

En aquel patio habían arboles de limón, naranja y ciruela, además de las muchas plantas que le gustaban a mi abuela y las tradicionales como la chaya; aquello era un paraíso cuando nos poníamos a jugar.

Bajábamos hojas y frutos para utilizarlos como dinero y producto, jugábamos a la tiendita durante horas hasta que alguno se fastidiaba, entonces comenzaba a meter relajo para que pasáramos a algo más movido. También le entrábamos a la “kimbomba”.

Mi abuelo todo el tiempo tenía gis en su pantalón, así que pintar en el piso un stop o el famoso avioncito para jugar chácara era algo muy normal para nosotros y cuando mi abuelita estaba de buen humor dejaba un rato sus múltiples quehaceres para jugar “Doña Blanca” con nosotros.

Cuando llegaban las vacaciones, nos íbamos a Progreso. Ahí mis abuelos tenían una casa en donde pasamos momentos imborrables, enfrente de aquella casita vivía una de las hermanas de mi abuelo, la “tía Rosita”, que era todo un personaje: siempre vestía con batones muy coloridos, su jardín estaba lleno de flores y tocaba el piano mientras cantaba. Sin duda, ella le ponía un sabor diferente a los días.

Nuestras tías nos llevaban casi todo el día a la playa mientras ellas se bronceaban, los chamacos jugábamos de todo lo que involucrara correr y, por las tardes, la tradicional lotería, dominó o ‘basta’ y cuando teníamos suerte nos llevaban a la feria.

¡Qué diferencia a los entretenimientos de ahora! Los niños y jóvenes que van a la playa ya no quieren ni meterse a bañar al mar, les da flojera; ponen toda su atención a los video juegos que por lo general son violentos, al face o al youtube; ya no corren, vuelan papagayos y mucho menos saben lo que es jugar chácara.

Pero lo peor es ver a los padres entregarles, desde que son unos bebés, el celular para que se entretengan y los dejen comer o conversar. Es tan común ver en los restaurantes a los niños con un teléfono en la mano mientras los papás conviven con otros adultos.
Claro que es mucho más fácil entregarle la educación de nuestros niños a un aparato pero las consecuencias de eso solo los afectaran. ¿Por qué no hacemos un esfuerzo y creamos con ellos momentos inolvidables?

(Foto de contexto: @MixNicte)

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