Como si fuera ayer: ¿comer o hacer?

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Rollo: Celia V. Franco C.
Ha comenzado la cuaresma y para muchos es la temporada de hacer sacrificios gastronómicos porque así lo dictan los cánones católicos; para otros es la cuenta regresiva hacia las vacaciones de Semana Santa y para unos más estos días simplemente pasan desapercibidos.

Muy claros tengo los recuerdos de mi infancia cuando llegaban estas épocas de “guardar”: lo primero que se hacía en la casa era desechar del menú semanal todas las comidas que incluyeran carnes rojas los miércoles y viernes y, obviamente, nos mandaban a misa con más rigidez que en cualquier otra fecha del año.

Regresar de la escuela y ver flores en la mesa de la cocina significaba que ese día comeríamos pescado empanizado; en la casa casi no se hacía frito ni en ceviche, aunque recuerdo muy bien aquel año en el que doña Teresita descubrió el Surimi: lo comimos en todos los guisos que se le ocurrieron.

Los papadzules eran los preferidos de mi primo Carlos y a mí me encantaban las tortitas de papa. La verdad nadie las cocina como lo hacía ella, aunque el tazón de unos deliciosos frijoles kabax y arroz blanco podrían llevarme a la gloria.

Llegaban las vacaciones escolares y sin falta nos íbamos a la playa, mi abuelito cargaba la camioneta y todos nos acomodábamos en la parte trasera, hasta mis tías; llegando a la casa en el Yucalpetén se dividían las tareas y cada uno hacía su parte.

Cada quien se instalaba en su cuarto, se lavaban los baños, “Nencho” (mi abuelito) se quitaba la camisa, se quedaba con su sport, le decía adiós a las botas para darle la bienvenida a sus cómodas chanclas y se ponía a pintar toda la herrería de la casa. Hay que resaltar que él era herrero, así que ya se imaginará todo lo que había hecho.

Una vez llegada la “Pasión de Cristo” hacíamos el viacrucis en una de las iglesias del puerto de Progreso, no escuchábamos música ni veíamos tele y a los niños nos pedían estar calmados esos días, ni soñar con ir a remojarnos a mar.

Eran buenos tiempos a pesar de no entender del todo lo que pasaba. Ahora todo eso ha cambiado, la mayoría de las familias únicamente va a la playa de vacaciones y los que no tienen ese período de asueto se quedan a pasar los días como cualquier otra semana.

Conforme fui creciendo entendí que realmente no importa lo que entra en nuestras bocas sino lo que sale de ellas, también comprendí que no somos nadie para juzgar a ninguna otra persona sea quien sea y creamos que haya hecho una cosa u otra, no importa la temporada del año en la que nos encontramos.

Diferentes personas en mi vida me han enseñado a dar a quien necesita, no como una obra de caridad, sino como simple humanismo.

Si todos nos preocupáramos más por obrar bien, por hacer algún tipo de sacrificio que beneficie a alguien más, en lugar de qué comer, tal vez la cuaresma tuviera el sentido de su propósito.

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