Enigmas: los tullidos caminaban y los ciegos veían (Parte II y última)

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Rollo: Jorge Moreno
José Fidencio de Jesús Constantino Síntora, el “Niño Fidencio”, fue todo un acontecimiento en los años 20 y 30, cuando el curandero hizo milagrosas sanaciones a millares de personas en su “consultorio” de El Espinazo, Nuevo León.

Los tullidos de pronto arrojaban las muletas al aire y se incorporaban. Algunos invidentes eran tendidos, de noche, para que procuraran abrir los párpados a su máximo, durante 10 minutos, luego, el Niño Fidencio les aplicaba gotas de su “laboratorio” improvisado en las montañas de Nuevo León y les vendaba por 24 horas; la mayoría se curaban.

La empresa estadounidense Great Building Construction Association, con sede en San Francisco, California, planeó enviar un “hotel transportable”, para proteger de la intemperie a los pacientes y se denominaría “Sanatorio Fidencio”. El hotel transportable iba a tener 500 habitaciones dotadas de baño y otras comodidades que harían menos pesada la jornada a los peregrinos, en su mayoría insolventes.

Las remesas de madera comenzaron a llegar. ¿Por qué tanta generosidad? Porque Fidencio curaba a quien pedía el favor, sin importarle nacionalidades o religiones. Los periódicos en inglés se habían ocupado extensamente del caso de Josephine Humprey, quien había mejorado tanto de sus males “incurables”, que juró dedicar mucho tiempo a publicitar “la magia blanca” de Fidencio.

El esfuerzo no parecía cansar al curandero. Mucha gente afirmaba que no dormía para atender a tanto desamparado y no pocos magnates o parientes de millonarios.

Alivió también la dolencia que, desde niño, padecía el hacendado alemán Teodoro Von Wernich. En agradecimiento éste le dijo: “Te voy a regalar una propaganda en todo el mundo, que sepan lo que tú eres”. Von Wernich lo mandó fotografiar con su traje, camisa blanca y corbata, sus manos al frente apoyadas en la cabeza de un bastón y el labio inferior “caído en forma característica”. Fue reproducida por miles y su fama subió aún  más.

El presidente de México Plutarco Elías Calles también fue su paciente, llegó ell miércoles 8 de febrero de 1928. Funcionarios y militares que acompañaban a Elías Calles se dispusieron a conocer al Niño Fidencio. “Todas las personas querían tocar al Presidente, verlo de cerca, y rompiendo la valla se precipitaron a saludarlo…” “Yo me alarmé de verdad por el peligro que representaba para el general Calles una situación como ésa, en la época de la rebelión cristera”, revelaría entonces Enrique López de la Fuente.

El Presidente Calles estuvo a solas con el Niño Fidencio por más de tres horas. Dicen que lo curó de una grave enfermedad. Poco después el general, el mismo que combatía al fanatismo religioso, salió vestido con una de las túnicas del curandero y apareció ante la multitud que agitaba las banderas nacionales y gritaba vivas al Presidente.

Aun enfermo, Fidencio curaba desde su lecho a sus pacientes. En otras ocasiones, cansado de jornadas de hasta 72 horas, se dormía recargado en el paciente y dicen que entonces sus dones eran más eficaces.

Un día a la semana hacía curaciones colectivas: se trepaba a la barda de su casa y desde allí arrojaba “con toda la fuerza de sus puños” frutas, legumbres, tortillas, huevos y todo cuanto estuviera a su alcance.

Murió el 19 de octubre de 1938, a los 40 años de edad. Fue por una “crisis hepática”, dicen algunos informes debido al trabajo en exceso; pues dedicó gran parte de su vida sin pedir dinero a cambio.

Miles de personas sufrieron terrible impacto psicológico al enterarse del deceso del taumaturgo. Miles de enfermos que, de golpe, volvían a la desesperanza y a poco más de 80 años de distancia, aún lo veneran y lo recuerdan en el norte del país.

Quizás en todo este relato amigo lector, lo que más le haya llamado la atención es el hecho de que Fidencio haya radicado por un tiempo en una hacienda henequenera de Yucatán, de eso les hablaremos mañana, ya que merece un capítulo especial, estoy seguro de que usted se sorprenderá.

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