Por Jorge Moreno
Esto sucedió en el municipio de Castillo de Teayo, Veracruz, allá por años sesentas. El caso, en su momento, fue documentado por varios periódicos de la región e incluso por programas de radio y televisión; de haber existido redes sociales en aquel entonces,
sin duda hubiera sido un hecho “viral”.
Las casas en esa zona durante el tiempo en que sucedió este relato eran de paredes de varas revocadas con lodo y láminas de cartón y, como en la mayoría de las casas, la cocina era un cuarto que se encontraba separado de lo que era la recámara.
En esa zona se cocinaba con madera, por lo que cada cocina tenía un fogón. María (la partera) se encontraba arreglando los catres y recogiendo los petates mientras en la cocina había dejado al pequeño Pedro de seis meses de edad, sentado en el piso. Cuando terminó se dirigió a la cocina, pues debía preparar el ‘lonche’ que llevaría a su marido a la parcela a media mañana.
Entró a la cocina y no percibió que Pedro no hacía ruido, así que continuó con sus labores tratando de terminar rápidamente y así poder llevar el almuerzo. De pronto un alboroto de niños que se acercaba corriendo y gritando la sacó de sus labores:
¡Doña Mary, doña Mary!, ¡Se llevan a Pedrito!
¡Se lo llevó el duende! -gritó uno de los niños.
¿Cómo? Si Pedrito está aquí conmigo…
María volteó a buscar a Pedrito y grande fue su sorpresa y susto al no encontrarlo donde lo dejó. Ella sabía que el niño no gateaba ni se arrastraba, por lo que por sí solo era imposible que se hubiera movido del lugar donde lo dejó. Los niños fueron corriendo a la parcela a avisarle al esposo de María mientras otros corrían a sus casas a avisar a sus padres que el duende se había llevado a Pedrito.
El niño que había visto todo contaba que un ser pequeñito (casi del tamaño de Pedrito), de grandes zapatos y enormes orejas puntiagudas se había llevado cargando al bebé. No tardó ni media hora en que un grupo de hombres se armaron, algunos con sus machetes mientras otros cargaban su máuser. Salieron todos en dirección a donde indicaban los niños que el diminuto ser se había dirigido y poco a poco se fueron adentrando en los cerros cercanos.
La noche caía y no había indicios del grupo de búsqueda hasta que pasada la media noche se vislumbró en el cerro cercano las antorchas con la que el grupo alumbraba el camino de regreso. La búsqueda había fracasado y regresaban con las manos vacías y el ánimo por los suelos. María rompió en llanto, mientras los hombres se dirigieron a sus casas a descansar.
El reencuentro
Así pasaron algunas horas y el cansancio y la tristeza vencieron a María. Ya era madrugada cuando los hombres se volvieron a reunirse frente a la casa de la mujer. De pronto oyeron un portazo en la puerta de la cocina seguido de un llanto agudo.
Fueron corriendo y al encender el quinqué de petróleo, descubrieron un bulto sentado sobre el fogón. Al acercar el quinqué se dieron cuenta que era Pedrito que estaba lleno de rasguños (probablemente hechos por las ramas de los arbustos por donde lo llevaron en el monte) pero fuera de eso se encontraba bien.
Despertaron rápidamente a María y ésta no cabía de gozo al poder estrechar de nueva cuenta en sus brazos a su pequeño hijo. Después de esto, María ya no se despegaba de Pedrito para nada y, afortunadamente, esta historia terminó con un final feliz.
La policía, por increíble que parezca, sentó en la declaración oficial la posibilidad de que un “duende misterioso” (así lo redactaron), se hubiera llevado al niño por casi un día completo, pues se descartó que fuera una persona o secuestrador, broma o que el niño se hubiera ido y regresado solo (por su edad evidentemente).
¿Qué fue lo que ocurrió?, ¿realmente se trató de un duende? Los reportes y avistamientos de “pequeños hombrecillos” con gorro en punta de pico y zapatos grandes eran muy frecuentes y toda la gente de allí piensa que uno de estos duendes fue quien realmente hizo esa “broma”, pues piensan que de querer haberle hecho daño a Pedrito, éste nunca hubiera aparecido, o bien, hubiera habido un desenlace fatal.
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