Enigmas: el difícil oficio de ser bruja

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Rollo: Jorge Moreno
Hace casi quinientos años era muy complicado ser bruja, pues a la mínima sospecha de serlo, era quemada en la hoguera, lo peor del caso es que a veces torturaban y quemaban a la persona, por ese motivo el ochenta por ciento de las víctimas, fueron inocentes.

A continuación les presento uno de tantos casos que se dieron en ese entonces.

A principios de 1609 el rey francés Enrique IV, fiel creyente, embarcó a sus mejores jueces y hombres de fe en una caza de brujas para eliminar la hechicería en el sur del territorio galo. Muchas personas, temerosas de ser purgadas y ajusticiadas, huyeron a la vecina España.

Entre ellas una joven, María de Ximildegui, que regresó a su pueblo Zugarramurdi (Navarra), situado a escasos kilómetros de la frontera.

Interrogada por el párroco local, y temiendo lo peor, a cambio de su salvación, la mujer confesó haber participado junto a otros vecinos del pueblo en reuniones paganas en las que
se veneraba al diablo en el “Aquelarre”, el prado del macho cabrío. María aseguró haber practicado la brujería, e incluso volado, con la ayuda del maligno.

Sus palabras llegaron a oídos del tribunal de la inquisición de Logroño, que inició una investigación. El resultado fue un auto de fe en el que se juzgó a nada menos
que 53 personas de la comarca: 21 quedaron en libertad, otras 21 fueron acusadas de delitos menores y al resto se les condenó a morir en la hoguera.

El 8 de noviembre de 1610, las 11 supuestas ‘brujas’ ardieron en la plaza mayor de Logroño. Cinco de ellas, que ya habían fallecido durante el proceso víctimas de las torturas o el suicidio, fueron quemadas en efigie junto a sus restos mortales. Además, la iglesia
instaló 10 cruces para proteger al pueblo y resguardarlo de las garras del mal.

La repercusión que aquel acto de fe tuvo en toda Europa provocó el nacimiento de la leyenda negra de Zugarramurdi, el “Salem español” o el “pueblo de las brujas”, pero
por desgracia (o por fortuna), años después se descubrió que no eran tales. No pasaban de ser una suerte de curanderas naturistas con alto conocimiento de las plantas y los animales, que consumían diferentes ungüentos alucinógenos para alterar su nivel
de conciencia y buscar otros planos existenciales.

Cabe destacar que el principal elemento de la caza de brujas en toda Europa en los
siglos XVI y XVII es la delación, es decir se trata de actuar contra un grupo clandestino (muchas veces imaginario).

Los curas y los predicadores, además de advertir del peligro de la brujería, alentaban a los
habitantes de cada localidad a que delaten al vecino del que crean que es responsable por sus hechizos de algún mal que les haya afectado (la pérdida de ganado, la muerte de un
niño, la cosecha destruida por una helada, etc.).

Los denunciados, como mínimo por tres personas o como resultado de un rumor público (la mala fama permitía abrir un procedimiento), eran entregados al Tribunal de la Inquisición, integrado por un inquisidor papal y un representante del ordinario local (en general el obispo).

Entonces eran interrogados bajo tortura para que confesaran su crimen y para que delaten a sus pretendidos cómplices. El proceso podía durar desde varios días hasta
varios meses, durante los cuales el acusado permanecía en prisión. Los condenados eran quemados en la hoguera, siendo ejecutada la sentencia por las autoridades civiles porque los hombres de la Iglesia lo tenían prohibido.

Para finalizar, un dato que hoy por hoy sería atroz: era común en algunos pueblos el pensar que las brujas podían aguantar la respiración en el agua por varios minutos, así que agarraban a la sospechosa y la sumergían por diez minutos, si al sacarla aún tenía vida ¡era bruja! y la quemaban, pero si estaba muerta “ups” no era bruja y le daban un “usted disculpe” a sus familiares, quienes desconsolados se iban con el cadáver de su pariente.

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