Como si fuera ayer: yo también lo viví

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MÉRIDA.- ¿Qué si he sido víctima de violencia a manos de un hombre? Sí, claro que sí y de muchas formas. Ahora ya no me apena decirlo, no me avergüenza aceptar que fui vulnerable, que se aprovecharon de mis sentimientos, de su superioridad física, de mis ganas de salir adelante, incluso de mi ingenuidad, porque ahora me doy cuenta que nunca fue mi culpa, que no lo provoqué y, por supuesto, que no es lo que quería.

Fue su decisión, fueron ellos quienes eligieron la violencia como el camino para conseguir de mi lo que querían.

Más de una vez me escondí en el cuarto con mi hijo en brazos mientras esperaba que se le pasara el efecto de las cervezas, muchas, tantas que ya ni siquiera recuerdo cuántas escuché que yo tenía la culpa, que no debía sonreír, que me arreglaba demasiado y luego la clásica pregunta que sólo busca humillar y desmoralizar.

¿Para quién te maquillas y vistes así? Obviamente seguía una fila enorme de otras: ¿Con quién me engañas? ¿Qué tanto haces cuando no estoy? ¿Tenemos que ir con tu familia? Y eso únicamente por decir algunas.

Me alejé de mis amistades, me sentía sola, miserable, fea, como si fuera un objeto; de verdad llegué a pensar que era yo la que estaba mal, que no era digan del amor de nadie, incluso en medio de los golpes me preguntaba si de verdad me lo merecía.

Él me engañó, me humilló, me destrozó, pero ahora entiendo que eso me hizo
más fuerte, me ayudó a darme cuenta de que no merezco menos de lo que doy y que jamás permitiré de nueva cuenta a personas enfermas en mi vida.

Claro que también existieron en mi vida hombres que, por su puesto de jefes y conociendo mi necesidad de trabajar y de hacer lo que me gusta, me explotaron, me ponían el primer evento y terminaba mucho después de que todos ya se habían ido, incluyéndolos.

Me decían que así es la cosa con quienes son de confianza. Pero también de eso aprendí, eso no es confianza, eso es abuso. Un buen jefe te deja crecer, no te asfixia y mucho menos utiliza su jerarquía para pedirte favorcitos que no son parte de tu
trabajo, te tratan con dignidad y respeto.

También me encontré con compañeros que creen que por ser hombres saben más y que no toleran que una mujer sea mejor.

De ellos aprendí que la mejor satisfacción no se obtiene del reconocimiento ajeno, sino del llegar con tu familia y poder compartir con ellos el fruto del esfuerzo honrado, que sean ellos quienes aplaudan las horas de esfuerzo, eso es lo importante.

A mis 38 años, he aprendido que no es normal y no está bien: la violencia contra las mujeres no es una broma, no es un tema para mañana porque muchas no llegarán a ver el sol de nuevo.

Hay que comenzar a cambiar la realidad hoy, segura que habrá algo que puedas hacer para evitar que te sigan poniendo en el papel de víctima, sé que puedes ayudar a otra mujer a darse cuenta de lo maravillosa que es, de lo mucho que vale y de que no está sola.

No importa la edad, ni la condición social, en algún momento de nuestras vidas hemos sufrido violencia de algún modo y eso tiene que parar.

Vamos a ayudarnos a ser fuertes, vamos a educar con respeto y amor, formemos hombres fuertes que entiendan que no importa el sexo, todos tenemos los mismos derechos, comencemos con nosotros, dejemos de criticar y comencemos a ayudar.

Gritar y pedir sirve para visibilizar el problema, pero no creo que vaya a lograr mucho más, tenemos que actuar; comenzar a transformar, preparémonos para ocupar puestos de mayor rango y así crear condiciones de igualdad en todos los sectores, tratémonos con respeto, dejemos de criticar a otra mujer por su forma de pensar o de vivir.

Es momento de dejar de pensar en el “yo” y hacer un “nosotras”.

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