Como si fuera ayer: ¿En qué momento le restamos valor a nuestra palabra?

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Rollo: Celia V. Franco C.
«Tu palabra habla por ti”, “Tu palabra es tu carta de presentación”, “Si ya diste tu palabra tienes que cumplirla”, “Recuerda que tu palabra define quién eres”, son sólo algunas frases con las que muchos de nosotros crecimos, el honrar la palabra empeñada es un valor que nos inculcaron desde muy pequeños.

Yo recuerdo que en mi casa la palabra era sagrada, si decías algo era compromiso y cuidadito no lo cumplieras porque entones la letanía era interminable, además de que ya no eras de fiar, cosa que dolía profundamente, pues otra cosa que nos enseñaron fue que la confianza es la base para una relación sana (cualquiera que fuera el tipo de relación).

Mentir tampoco era opción, decir que fulanito te dijo, o perenganito hizo esto o aquello, únicamente para librarte de una situación difícil, era una de las peores ofensas a la honorabilidad, pues entonces no sólo no habías entendido que tu palabra es tu carta de presentación, sino que además tampoco tenías el valor para aceptar tu responsabilidad y por si fuera poco, metías a un tercero en un problema.

En pocas palabras, todo se centraba en el valor de la palabra, el entender esto te hacía una persona de bien, confiable y entonces todo funcionaba como era debido.

Sin embargo, con el paso de los años y una vez adultos, hay quienes decidieron dejar de lado ese valor de rectitud, para ser más prácticos, prefieren cambiar la honorabilidad para favorecer al compadrazgo o bien para poder beneficiarse sin tener ese sentimiento de culpa.

Es cuando comienzan los “chanchullos” (como los de chucho), las transas, y se aplica la famosa deshonrosa frase de: “El que no transa, no avanza”. Hay a quienes no les importa dejar un buen nombre para sus hijos y mucho menos como los vean los demás, y no digo que eso esté bien o mal, pero sí que no son personas de fiar, según mi educación.

Lo bueno es que también con el correr de las primaveras, cada quien comienza a hacerse de un nombre y una reputación, por eso por más chismes que surjan cada quien tiene un lugar en la opinión de quienes escuchan.

El verdadero problema es educar a las próximas generaciones a tener palabra, a cumplir con sus compromisos y a dar la cara, únicamente así podremos avanzar como personas y comunidad.

A cada quien, lo dicho…

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