Rollo: Espectrín Gómez
De verdad que es necesario tener sangre fría para engañar a la banda y salirse con la suya.
Este es el caso de un hurto en la “ciudad zapatera”, quizá no de mucha lana, pero en la audacia estuvo la treta y la ganancia. Ahora se enterarán.
Resulta que un sujeto con cara de buena onda –algunos testigos dicen que estaba “guapísimo; uta maye, ya salió el peine- y bien vestido acudió a una tienda de alimentos para aves, ubicada en céntricas calles ticuleñas.
El tipo, con sus sonrisa de poca madre, le dijo al dueño o encargado del changarro que iba por orden del sacerdote de la localidad (nunca dio el nombre del pastor del Señor) para que le mandaran dos bultos de alimento para aves (algo así como zopilotes del América) y pero no para comprar alimentos.
Se averiguó que en la calle 34 36 llegó un masculino señalado al propietario que va por orden del padre (sacerdote) que le mandaran, al templo, dos bultos de alimento para aves. Como el costo del pedido era de 200 varos, el tipillo con su jeta angelical dijo que se le pagaría con un billete de a mil pesucos y que, de entrada, dispusiera del cambio de 800.
El dueño del negocio dio instrucciones a un empleado para llevar el alimento avícola a la iglesia. El chambeador emprendió su camino pero fue interceptado por el “galán”, quien previamente se había despedido del propietario.
Y le dijo el trabajador: “Me dijo el Padre que me des el cambio de 800 pesos, y cuando llegues con el alimento, él te da los mil pesos”. El empleado accedió con toda confianza.
Cuando llegó con el sacerdote, le señaló: “Padre, ya traje el alimento para sus aves”.
El presbítero, con cara de ¿qué?, le respondió: “hijo mío, yo no mandé a pedir nada; estás equivocado o les vieron la cara de pen…”.
El “xix” (resto) de la historia ya se la pueden imaginar…