Por Jorge Moreno
Se cuenta que en los años sesentas, una familia conocida de Tekantó era muy devota en la religión católica y veneraban a varios santos, pero tenían una especial devoción a una antigua cruz verde de madera (conocida también como Copán), al grado que cuando murió el jefe de la familia, sus hijos llevaron esa cruz al panteón y la pusieron en el ataúd como recuerdo.
Se cuenta que en las siguientes semanas la cruz apareció en el altar de la casa del difunto y ellos lo tomaron como que por mandato divino quería permanecer en la casa y no en el panteón, pero como el señor tenía ocho hijos se dio un pleito, ya que unos decían que seguro uno de ellos fue a buscar la cruz clandestinamente para llevarla a la casa, por lo que a la fuerza llevaron de nuevo la cruz al cementerio.
Así se la pasaron por al menos dos años con el pleito y dando de qué hablar en todo el pueblo, se dice que al menos en diez ocasiones llevaron y trajeron la cruz del camposanto hasta que un día el sacerdote del pueblo, molesto por semejante situación, lo que hizo fue “decomisar” la cruz y llevarla a la iglesia, pero era tanto el fanatismo de alguno de los hijos que a los pocos días la cruz fue “robada” y llevada de nuevo al panteón.
La aparición y la desaparición
Para no hacer largo el cuento, se dice que un día el alma en pena del difunto se le apareció a todos sus hijos, uno a uno, para exigirles que dejaran de pelear, y fue tal su enojo que el hijo menor, de la impresión al ver a su padre, sufrió un infarto que, por fortuna, no lo mató.
A raíz de todo esto fue que ya se aquietaron los demás hijos, pero cuando por fin todos se pusieron de acuerdo en honrar a la cruz verde o cruz de copán en un altar, descubrieron que la cruz desapareció del panteón.
Por fortuna o por alguna extraña razón eso ya no fue motivo de pleito, pero lo raro es que con el paso de los meses, años e incluso décadas ya nunca más nadie supo dónde quedó esa cruz, la cual era única, ya que tenía labrada en la parte de abajo las iniciales del difunto y, curiosamente, cuando las familias del pueblo iban a alguna casa a un rezo y veían una similar, discretamente la revisaban para ver si no era la cruz “perdida”.
Cabe mencionar que me enteré de este caso a raíz de que una familia de ese municipio, acudió al museo hace unos cuatro años y vio una cruz similar que tenemos aquí; de ese entonces a la fecha al menos otras tres personas nos han comentado ese suceso a raíz de que ven nuestra cruz, incluso uno de ellos de broma llegó a decir que podría ser la misma y que la iba a levantar para ver si debajo no estaban las iniciales del difunto.
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