Rollo: Celia Franco
Ver a mi papá acostado en el sofá de la sala riéndose a carcajadas de uno de los episodios de “Los Polivoces”, que encontró en el Youtube, me hizo pensar que somos nosotros quienes nos complicamos la vida.
Algo tan simple como un viejo programa de televisión regresó a la casa las carajadas, tan contadas en estos últimos meses.
Y no es que no se supiera los chistes o que la producción de los personajes fuera la mejor, simplemente lo remontó a aquella bella época en su vida en la que la preocupación no era por cuidar su vida.
Ahora, al encontrarse entre la población de riesgo, no ha salido a la calle en seis meses, añora regresar a trabajar y dar sus roles por el súper, disfrutando de la libertad de poder decidir qué hacer y cuándo.
Mi viejito es un caso especial: tiene unos ideales que lo hacen único e incluso un poco difícil, siempre ha sido así. No es muy sociable; le gusta su rutina; es muy melindroso para comer; ve todos los noticieros que pueda durante el día y la tarde; se duerme a las ocho de la noche y a las cuatro de la mañana ya se levantó y está preparando su primera taza de café.
Un hombre simple de complacer: sólo necesita un buen café, unos bisquetes, de vez en cuando, varias pláticas pequeñas durante el día, el control de la tele a su disposición y unos cuantos libros.
Sin embargo, a veces nos olvidamos de que son esas pequeñas cosas las que realmente importan en esta vida, esas acciones que tomamos a diario que nos permiten seguir disfrutando de nuestros seres queridos con todo y sus manías, lo importante es seguir aquí y hacerlo sanos, fuertes, capaces de compartir y de ayudar.
Nosotros tal vez tenemos la oportunidad de salir de vez en cuando a comprar algo, o lo tenemos que hacer a diario por cuestiones laborales y por eso no nos detenemos a pensar en cómo la están pasando nuestros familiares mayores.
La mayoría de ellos no dice lo que quiere o lo que necesita por no dar “lata” o porque puede aguantar, pero en realidad quizá la está pasando mal, la depresión está más presente que nunca y tal vez ni siquiera saben identificarla.
Por eso no te olvides de ellos, no los dejes para luego, visítalos de vez en cuando, aunque sea de lejitos, pero que sepan que te ocupas de ellos; se paciente, regálales algo que sabes que les gusta; háblales por teléfono; deja que se rían con sus viejos programas aunque tú no entiendas por qué los disfrutan tanto; pero sobre todo, no los dejes solos.
Recuerda que ellos han estado para ti toda tu vida, incluso ahora con el miedo que tienen son incapaces de molestarte, esperan pacientes a que tengas el tiempo para compartir con ellos.
Todos vamos para ahí, cuidemos a nuestros adultos en esta pandemia que no sólo les afecta la salud física, sino también la emocional. Si tú te fastidias, imagínate ellos.