Rollo: Celia V. Franco C.
Aquellos días en los que caminar por las calles de Mérida era algo tranquilo y fácil han quedado muy en el pasado, pues ahora no sólo vivimos muchos más cristianos en el mismo espacio sino que la cantidad de carros también ha aumentado y, por si fuera poco, la euforia de las fiestas decembrinas termina por complicar las cosas.
Hade unos días me reuní con una amiga para ponernos al día en eso de la chismeada; consciente de que salir del Centro meridano a eso de las 6 de la tarde es realmente un caos que puede durar más de media hora para avanzar sólo unas cuantas cuadras, le pedí que fuera ella quien se acercara y así ahorrarnos muchos minutos enfrascadas en el tráfico, a lo cual aceptó.
La lluvia retrasó casi 40 minutos el encuentro; cuando al fin estuvo en el punto acordado me mandó un mensaje para avisarme que pediría una bebida refrescante mientras yo llegaba.
Apenas recibí su mensaje, me alisté y salí para encontrarme con ella, pues aunque por cuestiones laborales nos vemos seguido no habíamos podido conversar de tantos temas pendientes. En el camino me distraje mirando a las decenas de personas con las que me crucé, casi todas llevaban varias bolsas, supongo que con regalos y ropa para las fiestas, pero no se veían felices. Entonces pensaba en las banalidades que han plagado los momentos que se suponen deben ser de regocijo.
Al llegar al cruce de las calles 62 por 63, una imagen atrajo mi atención y era un señor con el brazo estirado hacia arriba llevando una piñata y recuerdo que pensé: ¿será que hay familias que todavía rompen piñatas en navidad? Cuando de repente reaccioné, en unos segundos grité “¡cuidado!” y casi instantáneamente me bajé de la escarpa para jalar de la camisa a un muchacho que estuvo a centímetros de ser arrollado por un autobús de la empresa “Autoprogreso”, conocida por el “cuidado y amabilidad” de sus chafiretes al manejar.
Recuerdo que lo aporreé contra la pared y le pregunté si estaba bien; él joven, que estaba tan pálido como yo, corrió a buscar su bicicleta y sólo alcanzó a decirme que era nueva y que la acababa de comprar con su aguinaldo, mientras miraba que se había reducido a fierros retorcidos.
Lo que pasó fue que el camionero iba en la calle 63 y al doblar para quedar sobre la 62 no vio al joven que manejaba su bicicleta. Yo sólo alcancé a ver que se le cerraba y que estaba a punto de ser embestido y reaccioné; fue hasta que le agarré la mano y le pregunté si lo podía ayudar en algo. Cuando el joven reaccionó, me dijo que no, me dio las gracias y yo continué mi camino.
En los últimos días he pensado mucho en la forma en la que andamos por las ya ajetreadas calles de la capital yucateca, muchos no se han dado cuenta que ya es un peligro bajarse de las aceras a media calle para cruzar de un lado a otro; a muchos otros simplemente les vale.
Los automovilistas se estresan porque son demasiados carros y todos quieren llegar rápido, así que se meten como si no hubiera consecuencias. En fin, todos quieren hacer lo que les de su gana y se olvidan de la gente que los rodea.
Por favor, tengamos un poco más de sentido común, de civilidad y de prudencia. Estas son fechas para celebrar, para compartir con nuestros seres queridos, no los convirtamos en tragedia. Vayamos con cuidado y respeto.