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Como si fuera ayer: olores y sabores que cambian

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Como si fuera ayer: olores y sabores que cambian
Plato de puchero.

Rollo: Celia V. Franco. C
¡Qué bella fue mi infancia! Donde cuando éramos parte de un mundo lleno de colores vibrantes, olores limpios y una gran variedad de sabores al alcance de nuestra mano. La cocina de la abuela dictaba el ánimo del día y, el claxon del abuelo, la dulzura de la tarde.

Recuerdo amanecer con aquel olor a huevo revuelto, pan o tortilla recalentado en el comal y frijolito para desayunar, antes de ir a la escuela; si ya era muy tarde entonces un gran vaso de leche con Chocomilk era el tentempié perfecto en lo que llegaba la hora del recreo.

Al regresar de clases, la ventana de la gran puerta de herrería forjada por las manos de mi abuelo siempre estaba abierta; cuando alcanzamos la altura suficiente para abrirla bastaba con meter la mano para jalar la cerradura y entrar. Entonces el grito de “ya llegué” por fin quedaba atrás.

Apenas nos alcanzaba el tiempo para sentarnos a comer. ¡No hombre! ¡Eso era un festín cada día! Frijol con puerco (antes de que a la abuela le diera por ponerse creativa y cambiar el cerdo por pollo, con tal de encontrarle nuevas variantes a su receta), sopa de verduras con torta de huevo, albóndigas, mole, potaje y, por supuesto, un pucherazo.

La carne molida, las tortitas de carne y sus famosos kibis, todo acompañado con frijol y arroz, eran platillos obligados cada semana en el menú de doña Teresita (que segura estoy nos sigue vigilando desde el cielo, no sé qué tan contenta esté con lo que ve, pero de que nos ve, de eso no tengo la menor duda).

Gracias a su obsesión con los kibis, desde hace años no se me antojan. Creo que durante mis primeros 15 años me comí los que me tocaban en toda mi vida.

Sus papadzules eran exquisitos y ni hablar de sus panuchitos, salbutes, sandwichones. Cuando había fiesta se ponía chula y se aventaba unas comidas dignas de estrellas Michelin; por ejemplo, su San Simón no tenía progenitora y era tan trabajoso de hacer que solo lo probábamos en Año Nuevo.

De verdad qué cómo extraño a mi abuelita. Ahora las cosas son tan diferentes: los jóvenes prefieren hamburguesas, pizza, sushi, ya no disfrutan de un buen caldo de pavo o de un relleno negro. ¡No saben de lo que se pierden!

¿Ramen? ¿Usted sabe lo que es un Ramen? ¿No? Pues yo tampoco pero parece que es de los platillos de moda entre los chavos que gustan más de la comida asiática que de la local o, bueno, de la mexicana.

Prefieren ese caldo que un buen pozole rojo estilo Jalisco, o de una lasaña a unos ricos tamalitos de pollo con espelón y mucha salsa de tomate.

Contribuyamos a mantener viva nuestras recetas y a que los chavos no pierdan su identidad, cocinemos más seguido y hagamos platillos yucatecos, mexicanos, esos cuyo olor nos remite a épocas maravillosas.