Rollo: Celia V. Franco C.
Mi mamá dice que cada etapa de la vida tiene su belleza y que no hay correr, sino aprender a disfrutarlas. Y con el paso de las primeras me doy cuenta de que tiene toda la razón del mundo… No hay nada más bonito que asumirse en cada uno de nuestros roles conforme pasa el tiempo.
A mi todavía me tocó esa etapa en la adolescencia en donde salir con alguien era todo un cúmulo de emociones y rituales. Primero, el joven tenía que visitar a su “enamorada” en la puerta de la casa durante varios meses antes de ser digno de pasar a la terraza y ni hablar de llevar el membrete de “novio”. Esa era otra historia.
Recuerdo que el maravilloso momento en que llegaba noviembre y la familia se reunía para hacer y comer los deliciosos pibes, todos se involucraban de una u otra forma y eso (además del rico platillo) era lo que completaba la experiencia.
O cuando se acercaba la época navideña, en casa de mi abuelita (donde viví gran parte de mi infancia y adolescencia) era tradición, aunque en ese momento no lo veíamos así, pintar la casa y vaya que era una casa grande. Se cambiaba de color por lo menos todo el corredor principal que incluía la sala, el comedor, el descanso (que eran dos piezas, en una se veía tele y en la otra comíamos; la verdad es que el comedor casi nunca se utilizaba) la cocina y el baño.
Tal vez por eso cuando llega el momento de pintar mi casa prefiero hacerlo para esas fechas, el olor a la pintura y thinner me retrocede a esas épocas en donde veía a mis tías encaramadas en sillas dejando lindas las paredes y a los abuelos dando instrucciones… Qué bella época.
¿Por qué la necesidad de correr? ¿Se han dado cuenta que de hace ya varios años a la fecha las tradiciones han dado un gran vuelco? El ejemplo más claro pareciera una broma pero no lo es: en las grandes tiendas departamentales, desde agosto los escaparates se visten de esferas y motivos navideños.
Hoy, es muy rara la familia que se reúne a hacer los deliciosos mucbipollos, la mayoría los compra y si son una familia afortunada lo comen juntos, pues son muchos quienes lo dejan para la cena o para el día siguiente, Y ni hablar de los altares, pues en aquella casa en donde no hay una persona mayor de 40 años, es muy probable que ni sepan a qué nos referimos.
Y si hablamos de las relaciones modernas, eso que antes era todo un protocolo, ha sido suplantado por llamadas en vivo a través de las diversas plataformas digitales, algunas salidas, mucho placer corporal y un compromiso muy diferente al de antaño.
De verdad no creo que la modernidad de nuestros días sea mala, es sólo que en ocasiones recuerda sus épocas anteriores y se da cuenta del gran cambio. Tal vez únicamente sea nostalgia pero la verdad es que todo era mucho más calmado.
Cómo se extrañan esos tiempos de lento transcurrir.