Rollo: Adriana Vargas
Festividad que se ha vuelto muy mexicana, “Día de Reyes” de origen religioso, con mucho color y sabor familiar, filial, motivo de alegría de los niños porque de acuerdo con la tradición popular cada seis de enero reciben dulces y regalos para emular a Melchor, Gaspar y Baltasar quienes honraron al Niño Jesús según consta en el Evangelio de San Mateo de las Sagradas Escrituras.
Qué lejos han quedado los tiempos de las pastorelas en las celebraciones religiosas o qué alejados estamos de la religiosidad porque poco sabemos de ellas, pero en mi escuelita, “María de Monserrat” se presentaban en un pequeño teatro, verdaderas puestas en escena. Yo todavía puedo ver a los a “Tres Magos de Oriente” cada uno montado en un elefante, un camello y un caballo siguiendo a la Estrella de Belem, llevando consigo oro, incienso y mirra; a un diablo colorado y panzón distraerlos para tratar de desviarlos de su objetivo, adorar al Niño Jesús.
Nunca recibí regalos de Reyes, nunca me trajeron ni un dulce, tampoco nunca escribí mi cartita como otros niños sí lo hicieron y lo hacen año con año como la costumbre nos marca. Lo que sí vi siempre es a los Tres Santos Reyes de Tizimín en el pequeño altar de mi abuela quien cada 6 de enero les prendía su veladora y rezaba alguna oración en tanto yo saltaba por allí correteando gatos.
Sí, recuerdo el peregrinar de la familia, entre jóvenes y niños, hasta la Ciudad de Reyes, no para visitar a los Santos Patronos de la urbe oriental, sino para ir a la Feria a comer taquitos “de a peso”, sin carne, subir a los juegos mecánicos, ver dónde quedó la bolita, tiro al blanco y sacar algún obsequio para la novia, andando siempre acompañados de la música de las populares charangas.
Pero lo que por siempre estará en mi memoria gastronómica son las deliciosas Roscas de Reyes que mi madre preparaba en el calor de nuestro hogar y nuestra cocina. Aún la recuerdo, sobando, cuán pequeña es, una montaña de masa, todavía no sé de dónde sacaba tanta fuerza para trabajar hasta 10 kilos de harina, huevos y otros ingredientes.
Mi madre y la cocina, siempre me intrigó el motivo de tanto empeño en la realización de obras tan inmensas a la hora de elaborar viandas tan sabrosas, yo creo que era demasiado amor filial porque sólo así puedo comprender cómo es que esas roscas olían tan delicioso, porque el aroma de las roscas de mi madre se sentía por todo el vecindario, ese olor eran de las ¡Roscas de Doña Betty!
Por supuesto, cortarlas era la diversión, toooodos los chamacos querían muñeco y era llanto si en tu trozo de pan, sí no te tocaba un “Niño Dios” mientras que los adultos “codos” se querían tragar el muñeco, otros daban de saltos porque les toco “la suerte” y dar los tamales el 2 febrero, el Día de la Candelaria.
Por esto y muchas cosas más, la cultura es más fuerte que la razón porque corren por nuestras venas y células las historias de la vida familiar, a veces en formas ancestrales, de maneras insospechadas y divertidas aprendemos a gozar de lo que es nuestro, de lo que nos es propio en un ir y venir que a veces llamamos recuerdo.