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Como si fuera ayer: las abuelas son eternas

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Como si fuera ayer: las abuelas son eternas

Rollo: Celia V. Franco C.
La verdad es que fui de las afortunadas en crecer con mis abuelos, tanto con los papás de mi papá, como con los de mi mamá, naturalmente fui más apegada a la parte materna, no sólo por cuestiones de educación, sino por las circunstancias de mis padres, aunque a los cuatro los quiero inmensamente.

Recuerdo que cuando nos fuimos a vivir a casa de los papás de mi mamá, mi abuelo “Nen”, (así le dicen de cariño) rápidamente me acogió como una más de sus hijas, cuando mi papá, por cuestiones laborales, no podía llevarme a la escuela o ir por mí, él siempre estaba dispuesto a mover su día para no dejarme sola.

Sin duda el buen “Nencho” es un gran hombre, con un corazón de oro, pero quien mandaba en su casa era mi abuelita Tere. Teresita le decía él cuando en medio de la tarde se aparecía ya bastante coquetón y ella lo regañaba.

Doña Tere, Teresita, abue o mamá, como fuera que se le dijera ella siempre era la misma… ¡un mujerón!, una señora que nunca se sentó a esperar que el abuelo llevara el sustento (aunque él lo hacía y con mucho gusto), siempre buscaba algo para hacer, aunque fueran sus ratos de descanso.

Cocinaba como seguramente lo hacen los ángeles, tenía una sazón única, incluso para la repostería, todo lo que se le antojaba, a ella o a cualquiera de sus hijos o nietos, lo preparaba exquisito, seguramente porque el principal ingrediente era el amor.

Era de carácter fuerte, con ella no había chucherías y cuando preguntaba algo seguramente ya conocía la respuesta y sólo quería saber si eras capaz de decirle la verdad, no tenía miedo de enfrentarse a quien fuera si era para defender a su familia o por algo que ella consideraba una injusticia.

Recuerdo que en alguna temporada luego de comer, lavar platos y demás tareas propias del medio día, prendía el radio que se encontraba en una pieza aledaña a la mesa de la cocina, se sentaba en su mecedora (hecha por mi abuelo, quien por cierto era herrero) y se ponía a tejer.

Alrededor de ella, sentadas en el piso, nos acomodaba a sus nietas las grandes, su intención era enseñarnos a tejer, cosa que tal vez sólo aprendió mi prima Paola, sin embargo fue en esas tardes cuando yo descubrí que quería ser como aquella pareja que hablaba a través del radio y que narraban atinadamente lo que ocurría en el país (se trataba de Carmen Aristegui y Javier Solórzano) y aunque al final descubrí que la locución no es tan lo mío, me enamoré del periodismo, todo gracias a esas tardes con mi abuela.

Mi abuelita Tere fue más que una abuela, fue el pilar de la familia, nos enseñó de amor, orgullo, a ser listas, a defender nuestros ideales, a trabajar fuerte, a ser honestas y a algunas hasta a cocinar (lástima que no fue mi caso).

Y aunque hace ya varios años que no está físicamente con nosotros, siempre se encuentra presente; todos los días nos acordamos de alguna de sus enseñanzas o de sus dichos, o se nos antoja alguno de sus guisos, o simplemente recordamos aquellas épocas en las que jugábamos “Doña Blanca” agarradas de su mano sin importar lo que pasara a nuestro alrededor.

No importa si tu cumple fue hace unos días ¡Felicidades abuelita!, aquí eres eterna.