Rollo: Celia V. Franco C.
En los últimos días está en boca de todos lograr que las mujeres y los hombres sean iguales. Para mí eso no podrá suceder nunca y es que no somos iguales, sí, ni física, ni emocional, ni intelectualmente somos iguales, no estamos diseñados de la misma forma, cada género tiene capacidades y fortalezas diferente, además, hay que tomar en cuenta que cada ser humano es único y diferente.
Antes de que se esponjen y comiencen a rasgarse las vestiduras porque una mujer está diciendo que no podemos ser iguales a los hombres, denme chance de terminar de explicar mi punto.
No podemos ser iguales, eso es imposible; sin embargo sí podemos y queremos tener igualdad: las mismas condiciones y acceder a los mismos puestos de poder sin sacrificar tanto, ganar igual que ellos realizando las mismas labores, ni más, ni menos.
Pero promover la equidad de género no es tarea fácil, ¿por qué? Pues sencillo: todo cambio comienza en casa, tenemos que dejar de pensar y de creernos menos valiosas que ellos, más frágiles y que debemos ser tratadas como princesas de cuentos de hadas.
Sí, pedimos y exigimos igualdad, paridad, equidad, pero queremos que nos sigan tratando como frágiles florecitas, que nos abran las puertas, que sean ellos quienes corran con el pago de las salidas, que nos cedan el lugar por el simple hecho de ser mujeres y así puedo seguir dando ejemplos, muchos.
Pongámoslo de esta manera. ¿Cuántas personas (hombres y mujeres) le ceden el lugar a un papá que carga en brazos a su hijo en el transporte público? A mí me ha tocado ver la escena en varias ocasiones y nadie, ni hombres ni mujeres lo hace, es hasta que me levanto que los otros pasajeros parecen percatarse.
Pero regreso al punto medular del asunto. El cambio comienza en casa, cuando dejen de educarnos como género y comiencen a educarnos como iguales, sin importar el sexo, es cuando se dará.
¿Nos beneficiará? POR SUPUESTO, pero también tenemos que estar conscientes que para lograr esa paridad tendremos que vernos a nosotras mismas muy diferente, ya no podremos utilizar la carta de la delicada dama en apuros.
Discúlpenme si hiero alguna susceptibilidad pero no encuentro sentido a esas marchas de protestas en donde mis iguales se quitan la ropa y andan con el pecho desnudo lanzando consignas, me parece incongruente pedir respeto cuando utilizamos el cuerpo como arma en lugar de tratarnos con la seriedad que nos merecemos.
Tampoco me identifico con los actos vandálicos cometidos por féminas bajo la excusa de que es la única manera de ser escuchadas, porque entonces, las que sí queremos ser tratadas con seriedad y objetividad, pero sobre todo con respeto, somos metidas en el mismo saco. Nuestro trabajo es borrado con un ademán.
Creo que debemos educar a nuestros hijos con el sentido de justicia, rectitud, respeto, tolerancia, dialogo, del bien y del mal; ser ejemplo de un buen ser humano. No digo que dejemos de luchar por la igualdad de derechos, mucho menos que nos comportemos como ellos. Sólo hay que recordar que es necesario tratar como nos gustaría que nos traten.
No señoras, no señores: no somos iguales pero merecemos las mismas oportunidades. Los tiempos han cambiado y nosotras también.